Tome asiento, pues la función está a punto de
comenzar. Puede escoger cualquier localidad de la inmensa grada que rodea la
pista principal, pues el espectáculo de hoy no tendrá más público que usted. Una sonora fanfarria trona desde el otro
extremo de la grada y ya estamos listos para comenzar. Sea bienvenida a nuestra
particular carpa, abierta únicamente para la ocasión, esperemos se encuentre
cómoda durante el espectáculo.
Imagine el suave vaivén del trapecista, aquel que
desafía la gravedad en cada uno de sus movimientos. Visualice la clásica pareja
circense dibujando figuras imposibles en el cielo, con una total compenetración
y una técnica impecable.
En cierta manera, nuestro trabajo como educadores se asemeja a ese infinito
vaivén, a esa extraña relación, intensa y efímera que establecen los
trapecistas. Por si no lo sabía, en todo espectáculo de trapecio que se precie
pueden verse al menos dos figuras, la primera es la del trapecista fuerte, el
que realiza los mayores esfuerzos físicos; la segunda es la del trapecista
ágil, el que realiza los movimientos más complicados con la ayuda del primero.
Continuando con nuestro ejercicio de imaginación,
podemos comparar al agente de la
educación con el primer trapecista, ya que lleva a cabo el trabajo más pesado,
pues mediante su fuerza (pasión, humanidad, humildad, entrega) y técnica
(base teórica) se encarga de sostener y acompañar al
otro trapecista (al sujeto de la
educación) durante el salto que lo lleva desde un poste hasta el otro.
El sujeto de la educación, a su vez, es el que
decide cuándo quiere o puede lanzarse a los
brazos del agente (si quiere o no ser
educado), pues al principio se balanceará hasta encontrar el ángulo
adecuado, si es que consigue encontrarlo. Para realizar este primer salto, el sujeto
debe confiar en el agente, cosa que
únicamente puede lograrse mediante la adecuada comunicación
entre los trapecistas, y la sensación de implicación
en el número.
Es posible que el sujeto sienta ciertas reticencias
o miedos a la hora de dar el primer salto, aunque no dudará en hacerlo siempre
y cuando asuma su responsabilidad en el
número. Entonces, es el agente el encargado de canalizar
las inquietudes del sujeto, de provocar en él la necesidad de hacerse cargo del espectáculo.
Una vez realizado el primer salto, ambos trapecistas
se ven envueltos en un juego artístico y creativo
en el que ambos deben poner de su parte
(existiendo una reciprocidad) para
que el resultado sea positivo. En esta fase es cuando se produce este
particular pulso, donde el agente conduce al sujeto a través de la técnica circense (se produce una transmisión cultural).
Por otro lado el agente, como el buen trapecista de
apoyo, permanece en un segundo plano, estrechando la mano cuando debe hacerlo y dejando al otro trapecista volar libre por el espacio aéreo mientras le sea
posible, bajo su atenta mirada. Desde esta mirada, el agente debería ejecutar
todos sus movimientos estando concentrado en el presente,
aunque sin dejar de realizar proyecciones en un futuro
para poder preparar la postura que más se adecúe
a los movimientos del sujeto, efectuando así un constante análisis del presente
para adaptar hasta el último músculo de su cuerpo a las necesidades reales de
su compañero. Mientras mantiene esta mirada, el agente vela además porque el
otro trapecista no caiga a la red,
pues podría significar el fin del espectáculo; debe encontrar el equilibrio
perfecto que existe entre no llevar el peso del número y conducir los ritmos de éste, aunque no pueda apreciarse a
simple vista.
Solamente cuando los dos trapecistas alcanzan una armonía, cuando el sujeto adquiere la potencia (conocimientos y habilidades) adecuada y
un afán de superación que lo lleve a querer
ir más allá, solo entonces se producirá el
último salto, en el que el trapecista tratará de aterrizar en el poste contrario (promocionar socioculturalmente). Hay algo curioso en este último
salto y es que, el sujeto necesita del agente para tomar el impulso adecuado, aunque, cuando el movimiento es
ejecutado, el agente sale de la
trayectoria del sujeto y, normalmente, no alcanza a ver si éste ha logrado
su objetivo, pues el trapecio lo aleja hasta el poste donde todo comenzó.
Así pues, aunque a veces no lleguemos a ver cómo el
sujeto aterriza en el otro poste, sabremos
que si se ha producido el salto nuestra labor habrá finalizado.
Con esta última cabriola se despiden los artistas de
este humilde circo nuestro. Esperemos haya disfrutado tanto de esta función
como nosotros de su montaje y ejecución, pues hemos depositado nuestras mejores
energías en ella. Sin más enredo, damos la función por finalizada.
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