domingo, 1 de febrero de 2015

LA HISTORIA DEL TRAPECISTA

Tome asiento, pues la función está a punto de comenzar. Puede escoger cualquier localidad de la inmensa grada que rodea la pista principal, pues el espectáculo de hoy no tendrá más público que usted.  Una sonora fanfarria trona desde el otro extremo de la grada y ya estamos listos para comenzar. Sea bienvenida a nuestra particular carpa, abierta únicamente para la ocasión, esperemos se encuentre cómoda durante el espectáculo.


Imagine el suave vaivén del trapecista, aquel que desafía la gravedad en cada uno de sus movimientos. Visualice la clásica pareja circense dibujando figuras imposibles en el cielo, con una total compenetración y una técnica impecable.




En cierta manera, nuestro trabajo como educadores se asemeja a ese infinito vaivén, a esa extraña relación, intensa y efímera que establecen los trapecistas. Por si no lo sabía, en todo espectáculo de trapecio que se precie pueden verse al menos dos figuras, la primera es la del trapecista fuerte, el que realiza los mayores esfuerzos físicos; la segunda es la del trapecista ágil, el que realiza los movimientos más complicados con la ayuda del primero.

Continuando con nuestro ejercicio de imaginación, podemos comparar al agente de la educación con el primer trapecista, ya que lleva a cabo el trabajo más pesado, pues mediante su fuerza (pasión, humanidad, humildad, entrega) y técnica (base teórica) se encarga de sostener y acompañar al otro trapecista (al sujeto de la educación) durante el salto que lo lleva desde un poste hasta el otro.

El sujeto de la educación, a su vez, es el que decide cuándo quiere o puede lanzarse a los brazos del agente (si quiere o no ser educado), pues al principio se balanceará hasta encontrar el ángulo adecuado, si es que consigue encontrarlo. Para realizar este primer salto, el sujeto debe confiar en el agente, cosa que únicamente puede lograrse mediante la adecuada comunicación entre los trapecistas, y la sensación de implicación en el número.

Es posible que el sujeto sienta ciertas reticencias o miedos a la hora de dar el primer salto, aunque no dudará en hacerlo siempre y cuando asuma su responsabilidad en el número. Entonces, es el agente el encargado de canalizar las inquietudes del sujeto, de provocar en él la necesidad de hacerse cargo del espectáculo.    

Una vez realizado el primer salto, ambos trapecistas se ven envueltos en un juego artístico y creativo en el que ambos deben poner de su parte (existiendo una reciprocidad) para que el resultado sea positivo. En esta fase es cuando se produce este particular pulso, donde el agente conduce al sujeto a través de la técnica circense (se produce una transmisión cultural).

Por otro lado el agente, como el buen trapecista de apoyo, permanece en un segundo plano, estrechando la mano cuando debe hacerlo y dejando al otro trapecista volar libre por el espacio aéreo mientras le sea posible, bajo su atenta mirada. Desde esta mirada, el agente debería ejecutar todos sus movimientos estando concentrado en el presente, aunque sin dejar de realizar proyecciones en un futuro para poder preparar la postura que más se adecúe a los movimientos del sujeto, efectuando así un constante análisis del presente para adaptar hasta el último músculo de su cuerpo a las necesidades reales de su compañero. Mientras mantiene esta mirada, el agente vela además porque el otro trapecista no caiga a la red, pues podría significar el fin del espectáculo; debe encontrar el equilibrio perfecto que existe entre no llevar el peso del número y conducir los ritmos de éste, aunque no pueda apreciarse a simple vista.

Solamente cuando los dos trapecistas alcanzan una armonía, cuando el sujeto adquiere la potencia (conocimientos y habilidades) adecuada y un afán de superación que lo lleve a querer ir más allá, solo entonces se producirá el último salto, en el que el trapecista tratará de aterrizar en el poste contrario (promocionar socioculturalmente). Hay algo curioso en este último salto y es que, el sujeto necesita del agente para tomar el impulso adecuado, aunque, cuando el movimiento es ejecutado, el agente sale de la trayectoria del sujeto y, normalmente, no alcanza a ver si éste ha logrado su objetivo, pues el trapecio lo aleja hasta el poste donde todo comenzó.

Así pues, aunque a veces no lleguemos a ver cómo el sujeto aterriza en el otro poste, sabremos que si se ha producido el salto nuestra labor habrá finalizado.


Con esta última cabriola se despiden los artistas de este humilde circo nuestro. Esperemos haya disfrutado tanto de esta función como nosotros de su montaje y ejecución, pues hemos depositado nuestras mejores energías en ella. Sin más enredo, damos la función por finalizada. 

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